El denominado “debate valórico” es un invento para generar agenda política. Porque, seamos sinceros, no hay tal debate valórico.
El debate “valórico” es un constructo sobre la capacidad de legislación o control del Estado en torno a temas que hasta hace poco parecían parte de la esfera privada, pero prohibidos por dogma religioso: aborto, decisión sobre la sexualidad, decisión sobre la muerte, matrimonio o adopción homosexual, por ejemplo.
¿Por qué no se considera parte de la “agenda valórica” los derechos laborales, los de los inmigrantes o la anticorrupción? ¿Por qué no es “valórica” la probidad de las autoridades? ¿Por qué no es “valórico” el apoyo a la creación de empresas?
Los mal llamados temas valóricos son en realidad temas éticos, es decir, aquellos donde se ponen a prueba los principios. Los valores o principios –todos, cualquier conjunto de ellos que constituyen un código ético- sólo se prueban en la práctica, en la libertad e intimidad de las decisiones frente a los problemas que cada individuo enfrenta.
El Estado, ante estos temas, no tiene poder ni derecho para regular. Sólo le queda despenalizar y abrir la puerta al ejercicio de la libertad.
El debate valórico es artificial: es el coletazo de los dogmas, de los que aún creen en el control de las verdades absolutas venidas de algún dios sobre las personas, sustentado en el poder político del Estado.